«Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.» (Zacarías 9:9 RVR1960)
Una entrada triunfal a la ciudad de Jerusalén, como es digno de un rey, y de la misma manera, como lo hacían con los reyes lo hicieron con Jesús:
«Entonces cada uno tomó apresuradamente su manto, y lo puso debajo de Jehú en un trono alto, y tocaron corneta, y dijeron: Jehú es rey.» (2 Reyes 9:13 RVR1960)
Como era costumbre cuando entraba el rey a la ciudad, sólo que en esta ocasión lo harían a Jesús. El pueblo de Jerusalén le daba la bienvenida al rey mesiánico, que pensaban que los libraría del yugo romano. Un rey que pelearía con toda clase de armas, como suele hacerlo un monarca cuando defiende su ciudad, pero no fue como ellos lo pensaron.
Y Jesús entraría a Jerusalén para que se cumpliese la profecía de Zacarías 9:9. Con esta entrada triunfal, como lo hizo Cristo, declaraba su reinado: como Rey y MESÍAS.
Con mucha algarabía se encontraba la ciudad de David. Ellos esperaban a su libertador en lo terrenal, no se daban cuenta que las expectativas de Jesús iban más allá de lo terrenal, eran eternas.
No lo reconocían como El Salvador de sus pecados, sino, solamente como su libertador terrenal.
Cuando sus expectativas no fueron cumplidas, aquel pueblo que lo recibió con gran gozo y gritería, exclamaban con odio y coraje: “CRUCIFÍQUENLE”.
¡Hoy en día pasa lo mismo! ¿CÓMO? Así es, nos acercamos a Dios por alguna necesidad, le hacemos las peticiones “tal y como nosotros las deseamos”. Pero en cuanto no responde como nosotros queremos gritamos: “CRUCIFÍQUENLE”.
Pasa lo mismo pues no nos acercamos a Él por quién es Él, nos acercamos para que responda a lo que queremos y como lo queremos. Que responda a nuestras exigencias y no a Su voluntad.
Hoy, espera una entrada triunfal, pero en tu corazón, y en lugar de un manto extendido a sus pies, sea tu corazón y tu voluntad en una entrega completa a Él. Reconociéndolo como tu Salvador y Redentor de tus pecados. Y no sólo el que puede suplir tus necesidades.
Él desea tu corazón fervientemente para tener comunión contigo y bendecirte, tal como un padre lo haría. ¿Lo recibirás con gran algarabía para después gritar crucifíquenlo?
O le dirás “bendito el que viene en el nombre del Señor”, y le darás la bienvenida a tu corazón aceptándolo como tu Salvador; no un Salvador terrenal sino uno Eterno.
Extiende el manto de tu corazón y voluntad y dale lo que te pide. ¡Y dale una entrada triunfal! ÉL ESTÁ ESPERANDO TU RESPUESTA
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