“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.”
Todos conocemos la historia del hijo pródigo. Sabemos que pidió a su padre la herencia y la malgastó. Después regresa a la casa de su padre arrepentido y sin dinero. Pero déjame decirte lo que sucede “a mitad de camino”.
Dice la Palabra que el padre lo vio de lejos, dice que corrió, nosotros, en nuestra carnalidad podríamos decir que lo hizo para reclamarle: ¿A qué regresaste? -¿No te bastó lo que te di y vienes por más? -¡Mira nada más cómo vienes todo sucio!…
¡No! Él no hizo nada de esto. Dice la Palabra: “lo vio su padre y fue movido a misericordia”.
Al padre no le importó el estado en el que venía su hijo. (Sólo piensa que su última visita fue con los cerdos, así que imagínate el olor). ¿Qué fue lo que hizo? ¡Se echó sobre su cuello y le besó!
Todo esto sucedió a la mitad del camino.
Este padre terrenal hizo todo esto por su hijo que había malgastado todo el dinero, y quizá el padre hubiera pensado que su hijo quería más dinero por eso regresaba.
Pero no, él regresaba a su casa fracasado y muy arrepentido. Y lo único que quería el padre era disfrutar de nuevo la compañía de su hijo.
¡Pues si este es el amor de un padre terrenal cuanto más el amor del Padre celestial!
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”
Esto lo hace un padre terrenal con su hijo. Por eso nos es imposible no citar Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Después de leer este pasaje te das cuenta que no importa la condición en que te acerques a Jesús, igual Él te ama. Él no puede despreciar un corazón totalmente arrepentido y con un deseo de cambiar su destino y regresar a la casa de su Padre.
Como está escrito en Su Palabra:
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”
El hijo pródigo, regresó verdaderamente arrepentido de haber pecado contra su padre, y deseando ser recibido, pero también reconociendo que en casa de su padre no tenía falta de ningún bien.
Así nosotros, el Padre celestial espera que regresemos a casa con un corazón humillado ante Él.
Como el padre que vio a su hijo de lejos y lo único que pensó: -“mi hijo regresa a casa”. Corrió, lo besó y movido a misericordia lo aceptó en su casa.
¡Qué esperas¡ ¡No te detengas, pues tu milagro estará “a la mitad del camino”!
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