Navidad es más que un pesebre, es más que un niño en su cuna, es más que una celebración: ¡Navidad es Esperanza!
El pueblo judío esperaba un gobernante que los salvara de la opresión política, pero ¡setecientos cincuenta años ya estaba profetizado sobre el MESÍAS, no un salvador político, sino el salvador de nuestra alma!
¡Qué gran advenimiento! ¿No es cierto?
Ya desde hace muchos años antes lo esperaban:
«Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.» (S. Lucas 2:25-29, 31-32 RVR1960)
Isaías lo había dicho también: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.» (Isaías 9:6)
¡Isaías ya había profetizado todo lo que nuestro Salvador iba a llegar a ser! ¡Más que un pesebre!
Y en esta Navidad, y como antes se dijo, con setecientos cincuenta años de anticipación, seguimos diciendo: “Que nos ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor” ¿Qué esperamos ahora? Ya sabemos que ese niñito no se quedó en la cuna, tampoco, en su momento, se quedó en la Cruz. Él vino para salvarnos, para poner fin a nuestra esclavitud, y nos ha hecho cercanos, como dice en Su Palabra:
«En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.» (Efesios 2:12-18 RVR1960)
Todo esto es lo que hizo aquel bebé. La Navidad no es sólo la historia de un niño, de un pesebre, de unos reyes, de ovejas, de una noche estrellada… ¡No!
Es una noche de revelación, de salvación, de restauración, de paz, de promesas, de esperanza, de cercanía y amistad con el Padre, de terminar con enemistades…
Que en esta Navidad, sea una noche muy especial, pues ¡nos ha nacido hoy en la ciudad de de David un Salvador quien es CRISTO EL SEÑOR!
Así como Simeón esperó con ansias ese día para recibir y conocer a su Salvador, ya no esperes más, Él está tocando a tu corazón para entrar y ser tu príncipe de paz, tu Dios ¡TU ESPERANZA
¡NAVIDAD NO ES SÓLO UN PESEBRE, ES EL NACIMIENTO DE NUESTRO SALVADOR!
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