«Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.» (Gálatas 6:14 RVR1960)
¿Por qué enfocarnos en la cruz? Y no sólo en Semana Santa, sino en todo momento de nuestra existencia.
Porque la cruz es la separación de la luz y las tinieblas, porque la cruz revela el poder del bien.
¿Por qué sólo enfocarnos en el dolor?, que por supuesto lo hubo, no podemos ignorarlo. Pero hoy más que nunca, la cruz debe de tomar el significado de nuestra existencia, para el creyente y para todo hombre, crea o no, pues somos hechura suya:
«Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» (Efesios 2:10 RVR1960)
Es en la cruz donde nuestra existencia cobra vida, y tiene un valor incalculable a través de Jesús: Su vida, Su amor inagotable, Su inmensa compasión ¡cómo no enfocarnos en la cruz!
Para el apóstol Pablo marcó decisiones importantes para su vida: crucificó su propio orgullo: “lejos de mí esté el gloriarme”.
¿Qué le hizo entregar su orgullo? El encontrarse con Jesús en la cruz, el verle, el tener en ese mismo instante el conocimiento de Su entrega total, de Su amor sin condición. La vida que emanaba cuando rindió su vida ahí, en la cruz. Yendo más allá; entregando todos sus deseos y anhelos: “el mundo me es crucificado a mí”.
El valor de su vida en la tierra y en su corazón ya no es su prioridad; las cosas que él estimaba valiosas, adquieren otro lugar e importancia:
«Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.» (Hechos 20:24 RVR1960)
Dos cosas hizo en dos sentidos: “NI EL MUNDO EN ÉL, NI ÉL EN EL MUNDO”.
Sólo el que rinde su vida ante la cruz tomando su esencia completa de la obra ahí, decide “crucificar el mundo en los dos sentidos”.
«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gálatas 2:20 RVR1960)
¿Por qué? Porque ahora tenemos Su esencia al estar frente a la cruz. Hay más qué aprender a Sus pies.
Lo que Él hizo en la cruz, lo doloroso no sólo se quedó ahí, sino que trajo vida en abundancia ¿qué quiere decir? Que no podemos quedarnos en el sufrimiento de la cruz, como no lo hizo Jesús, sino que resucitó.
¿Podremos decir lo mismo que el apóstol? “Lejos esté de mí el gloriarme”, ni el mundo en mí ni yo en el mundo. Esto sólo lo podemos decir a los pies de la cruz.
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