«Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.» (Jeremías 20:7-9)
Todos conocemos a este profeta por un apodo: “el profeta llorón”. Verdaderamente tenía razones para llorar, pues lo que estaba viviendo no era para menos.
Interesante llamado recibió de parte del Señor :
«Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.» (Jeremías 1:10 RVR1960)
Dios le mandó a hablar a esta gente de dura cerviz; gente que había abandonado al Señor, idólatras que adoraban a otros dioses:
«Y a causa de toda su maldad, proferiré mis juicios contra los que me dejaron, e incensaron a dioses extraños, y la obra de sus manos adoraron. Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos.» (Jeremías 1:16-17 RVR1960)
«Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos?» (Jeremías 2:5 RVR1960)
Imagínate qué tarea le tocó y a quiénes tenía qué dirigirse, por lo que no le fue fácil. Dios le dijo que estaría con él, pero no le dijo que recibiría amenazas de muerte, que lo iban a mandar al cepo (instrumento que inmovilizaba al prisionero).
Más tarde lo lanzaron a una cisterna con lodo suave, en el que se hundía; y en esos días empezaba a escasear el pan ¡hasta nosotros hubiéramos llorado ¿no es cierto? Y todo por hablar la ¡VERDAD! Imagínate.
Realmente si nos ponemos a estudiar este libro, a pesar, de todas las tinieblas que le rodean, hay palabra de Dios que levanta y cautiva, para seguir adelante.
Es tremendo lo que Jeremías expresa: “me sedujiste, fuiste más fuerte que yo, había en mi corazón como un fuego ardiente, traté de sufrirlo y no pude”.
A pesar de todas las injusticias que había pasado permanecía fiel. Por supuesto que habló con Dios y le dijo: «Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.» (Jeremías 20:9 RVR1960)
Era más grande lo que Dios había hablado con él .”Pues para él era más fuerte que sus fuerzas” (si puedes perdonar la repetición).
Esperemos que en nuestras tinieblas y en nuestros sinsabores, que seguramente vamos a tener, a pesar de hablar la verdad, podamos decir: “más fuerte fuiste tú que yo y me venciste”.
Que la misma convicción que tuvo Jeremías, ese mismo fuego ardiente en sus huesos, esté en los nuestros para hablar la verdad, obedecer a Dios, como le mandó Dios: «Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos.» (Jeremías 1:17 RVR1960)
Digámosle como Jeremías: “Me sedujiste, fuiste más fuerte que yo… Me venciste, traté de sufrirlo y no pude”. Dejémonos seducir por Su Palabra, por Su Presencia y dejemos ese fuego arder en nuestro interior para edificar y plantar en nuestra nación.
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